A menudo tendemos a pensar que la misión principal del packaging es proteger al producto y que llame la atención de potenciales consumidores, dos funciones clave que justifican su existencia. Pero hay algo más: el envasado forma parte de rituales de consumo, generan adherencia y familiaridad y hasta tiene su importancia en la experiencia de consumo. Ojo porque no acaba aquí: el packaging influye en las sensaciones, tanto es así que la botella del vino hace que lo percibamos de otra forma.
Porque disfrutar de un vino es más que olerlo y saborearlo, sino que los otros sentidos también tienen su papel. Así, elementos como el diseño de la botella, cómo es la etiqueta y hasta la copa en la que lo degustamos pueden modificar cómo nos sabe y qué relación tenemos con este en aspecto como el valor o la calidad.