En las últimas décadas el mundo del packaging ha cambiado enormemente. Desde emplear los clásicos papel y cartón, los vidrios o los metales, se han abierto las puertas a los plásticos y los materiales reciclados, que se han convertido en una alternativa para envolver y conservar productos y, por supuesto, también los alimentos. Así, a las tradicionales latas, cajas o botes se han ido incorporando otros formatos y materiales. Pero todos ellos tienen un nexo común en la alimentación: son capaces de conservar las propiedades organolépticas a la perfección.
Así, cada material y diseño tiene una orientación concreta. Ahora bien, ¿cómo acertar eligiendo el mejor envase para cada alimento desde el punto de vista de las propiedades organolépticas? Antes de nada, deberemos tener en cuenta varias consideraciones.
La primera es conocer cuál es el estado de conservación ideal del alimento en cuestión, es decir, conocer factores como la temperatura, humedad, cantidad de luz y también la vida estimada. En este sentido, no nos permitirá lo mismo un alimento que puede aguantar dos años a temperatura ambiente y expuesto a la intemperie que otro que caduque en unas horas y que requiera conservación en frío.
Otro aspecto importante a tener en cuenta es la forma de consumir esta comida o bebida. Hay alimentos que pueden consumirse directamente, otros requieren de un proceso de cocinado. Del mismo modo, hay alimentos que requieren cierta dosificación a la hora de consumirse, mientras que otros pueden ser dosificados por el propio usuario.
Tras analizar concienzudamente los aspectos relativos a la conservación, la forma de racionamiento y consumo, es momento de prestar atención a los formatos existentes en el mercado y a los materiales disponibles y por supuesto, echar cuentas. En este sentido, la economía de escala juega un papel providencial.
Echar un vistazo al mercado nunca está de más para conocer las soluciones que ofrece la competencia, pero teniendo en cuenta que buscamos diferenciarnos y que la innovación es importante.