Una de las máximas del capitalismo es que el consumidor puede tener información perfecta sobre todas las alternativas que existen en el mercado, o lo que es lo mismo, conocer aspectos como el precio, pero también, gracias a las certificaciones y la transparencia, saber la trazabilidad de un producto y la calidad que hay detrás. No obstante, en muchas ocasiones parece que solo es cuestión de precio. Y es que a veces, lo barato sale caro. Para nosotros no es un problema, porque entendemos que el económico es un factor importante y que es necesario ser rentable y competitivo para seguir adelante.
La calidad hace la diferencia
Pero no es el único y, dentro del marco que engloba un producto, no debería serlo a la hora de decantarse por una u otra alternativa. La calidad inherente a un producto también es un factor diferencial, si bien ante un producto que no se ha probado, es el packaging el que actúa como reclamo y anticipo de la experiencia que va a ser consumirlo.
Pero en el momento en el que se toma una decisión y se adquiere un producto asumiendo el coste, es cuando la experiencia de usuario comienza a tomar forma también. No solo por el mero uso o consumo, que recae directamente en la calidad del producto de forma directa, sino también en el servicio y la atención al cliente.
Un servicio personalizado, cuidado y atento garantiza que el cliente se lleva justo lo que necesita. Pero que si hay algún problema, algo que tarde o temprano acaba sucediendo conforme un producto se hace más popular, la atención al cliente y el servicio posventa marcan la diferencia: asesorando, ofreciendo soluciones, explicando. Porque la misión no consiste en convencer al potencial cliente para que compre un producto, sino también en ofrecerle un buen servicio que le haga quedarse y repetir.