Por mucho que los adultos tengamos claro con qué tipo de juguetes queremos que nuestros hijos pasen el tiempo – generalmente que fomenten la creatividad, la cultura, la diversión en grupo – tenemos que asumir que son nuestros hijos los que mandan. Y es que no es la primera vez que compramos algo pensando que será ideal y acaba en el ostracismo de un cajón.
Está claro que los niños reciben una gran influencia de los medios, ya sea a través de la publicidad directa o la subliminal que reciben de series, programas, etc. Pero como con los adultos, los más pequeños de la casa no son inmunes al efecto del packaging. De hecho, el packaging de juguetes juega un papel tan importante como el contenido en sí mismo.
Y es que el packaging para juguetes además de actuar como fiel reflejo de su contenido, debe crear un vínculo sentimental y sensorial que logre emocionar al niño, tremendamente permeable a todo tipo de estímulos.
Por tanto, para un público tan exigente como variado – no obstante, se debe convencer al niño y al adulto – , el packaging para juguetes debe ser estimulante y colorido, interactivo en cuanto a información y porqué no, que incluso permita al niño jugar con él. Como en el packaging, en el juego el único límite es la imaginación.
Un gran ejemplo de saber hacer lo encontramos en la empresa juguetera Imaginarium, cuya carta de presentación e imagen distintiva es ni más ni menos que el propio “packaging” distintivo de sus comercios. Nos referimos por supuesto a sus dos puertas caracerísticas: una grande para nosotros y una más pequeña para ellos, porque qué mejor que buscar la complicidad desde la entrada.
Pero esa filosofía emocional también la llevan a sus productos mediante un packaging de juguetes que irradia confianza en la marca, una experiencia que puede traducirse en alegría y deseo y un halo de sorpresa, una serie de elementos todos ellos que atraen a pequeños y mayores, cosechando unos muy buenos resultados de ventas.